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Los mayas, los eclipses y rituales de protección

Hoy la Península de Yucatán podremos apreciar el eclipse solar anular que trae consigo el recuerdo de creencias y prácticas mayas respecto a este fenómeno.

En la cosmovisión de algunos pueblos mayas los orígenes de los eclipses tienen que ver con animales míticos salvajes y malos que quieren comerse a los astros del día y la noche.

A estos animales se les denomina Xulab y lo curioso es que también así se le llama a Venus y no solo por los mayas yucatecos, sino también por los K’ekchis y Mopanes.

El planeta Venus es entendido como el amante de la Luna que intenta comerse al Sol y causa los eclipses.

Con el paso del tiempo la creencia de animales malos fue cambiando por la idea de que el mismo Diablo o Kakaz-baal (diablo en maya) intenta devorar al Sol.

Las ideas del Sol siendo devorado están presentes en los códices de Dresde y el de Madrid, pues ahí se observa a una serpiente o monstruo comiendo al Sol, que se puede interpretar como registro de un eclipse en los códices mayas.

Por otro lado, la doctora Martha Nájera comenta que el pueblo maya se atemorizaba por los eclipses, pues se pensaba que el dios Sol moría.

Cuando se producía un eclipse lunar, entre los mayas yucatecos del siglo XVII era común hacer ruido para ayudar al astro en su tránsito: provocaban que los perros lloraran y aullaran, o bien, las personas hacían ruido con objetos como latas, metales o maderas.

Durante los eclipses se emplean diferentes tipos de amuletos, que se creen que cuidan o protegen el cuerpo o la energía, por ejemplo algunas mujeres embarazadas se colocan un pañuelo rojo atado a la cintura, pues al ser un color caliente contrarresta el frío del eclipse.

Se usan metales en forma de cruz sobre el estómago, pueden ser clavos, llaves o incluso ganchos, todo esto con el fin de protegerse de las fuerzas dañinas.

Así que ya lo sabes, en todo el Mayab existieron creencias llenas de misticismo respecto de los eclipses, que nos dan cuenta de la rica cosmovisión de dicha cultura.

Crédito y fotos: ENES Mérida UNAM